Protesta en el congreso

No fue lo que habríamos deseado. Nos hubiera gustado la imagen de un México unido, dispuesto a trabajar cumpliento con su deber, cumpliendo con la ley cada día.

Pero los protestadores que perdieron la elección y que no aceptaron su derrota, trataron, por todos los medios de romper el orden constitucional del país y de evitar que quien fue electo por los medios democráticos del país como presidente, hiciera la protesta de ley, el juramento ante el congreso de la unión, a partir del cual su toma de posesión de cargo quedaría constitucionalmente sancionada.

Hoy, en este momento, después de haber oído el discurso inaugural de Calderón en el auditorio nacional, ni siquiera me quedan ganas de encontrar argumentos para vilipendiar a los perredistas y sus secuaces. ¡Se han quedado tan pequeños! Pero, si hemos de se realistas, habremos de aceptar un hecho inctrovertible: con su actitud, los perredistes, malos perdedores, contribuyeron a que Calderón suba a la silla presidencial con la fuerza más sólida y el apoyo máximo de ciudadanos probablemente de toda la historia del país.

A López Portillo le tocó el privilegio de tener esa misma oportunidad. El pueblo mexicano le otorgó una gran confianza. Pero ese López acabó siendo la peor farsa que la nación mexicana haya tenido, dejando a un México perdedor. Y fue perdedor ese México porque López Portillo no quiso renunciar al poder ilegítimo que los presidentes acostumbraban a sostener sobre la moneda mexicana.

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