¿Está sobrevaluada la vida?

Todos los días nos llegan noticias de personas que deciden terminar sus vidas. Siempre lo hacen en formas que para los que aún estamos aquí, en esta forma de existencia, parecen violentas.

A muchas de estas personas las hemos conocido. En alguna ocasión platicamos ampliamente con ellas. Nos dieron sus opiniones sobre diversos temas. Probablemente nunca nos imaginamos que algún día decidirían terminar sus vidas ellos mismos. Un día nos informamos que así lo han hecho: se han suicidado.

Es obvio que para estas personas el evento de vivir deja de serles atractivo por razones muy variadas. Acuden al suicidio a escondidas. De no hacerlo así, serían detenidas en sus intenciones por personas que en alguna forma no quisieran verlas muertas.

Y, sin embargo, estas personas vuelven a intentarlo una y otra vez. Eventualmente tienen "éxito" en su cometido: logran terminar con sus vidas. "La muerte es definitiva", me dijo alguna vez persona cercana. Y es correcta la apreciación: una vez muerta, la personas no tiene absolutamente un solo problema más de los que nos acosan todos los días.

La capacidad de tolerancia a los problemas es diferente en cada ser humano. Algunos querrán recurrir al suicidio con un mínimo de molestias. Otros se aferrarán a la vida y se mantendrán en una lucha que ellos mismos ya saben que es muy difícil que finalmente ganen. Algunas personas está insatisfechas todo el tiempo, con todo y que gozan de muchos más recursos que otras; y otras, con el mínimo de recursos, disfrutan cada instante de la vida sin preocuparse por comparar sus alcances con los de los demás.

Los estudiosos de la ciencia médica dirán que los que recurren al suicidio son personas cuyos equipos biológicos —sus cuerpos— tienen deficiencias en alguna sustancia química. Es posible que así sea, aunque las estadísticas revelan que hay múltiples causas detrás de un suicidio y no siempre se trata de deficiencia en alguna sustancia química.

Las religiones son variadas con respecto a la forma de calificar a los que se suicidan. Para algunas el suicidio es un acto que trae consecuencias aún ya muerto el individuo. Los cristianos afirman que el suicida no llegará al reino de los cielos. Otras culturas tienen otras formas de ver el suicidio. Parece ser que los musulmanes, en una mezcla con las guerras territoriales modernas, consideran al suicida como un héroe altruista que encontrará, al llegar a la "otra vida" grandes premios.

El hecho es que, de cada suicidio que vemos, tenemos que estar seguros de que hay, por detrás o alrededor, otros muchos individuos que ya acarician la posibilidad de terminar con sus vidas. Probablemente lo harán tarde o temprano. Y si no lo hacen, continuarán sufriendo y probablemente haciendo sufrir a los que están a su alrededor.

¿No sería válido que se añadiera la libertad de no vivir como un derecho humano básico, digno de todo respeto? Los médicos hacen el juramento de Hipócrates: ayudar a alguien a no vivir iría en contra de ese juramento. (Por favor, médicos, aclaren esto).

Una cultura avanzada, de vanguardia, como la universal adoptada por las Naciones Unidas el día de hoy, estaría obligada a respetar la libertad de no vivir sentida por cualquier individuo. En este sentido, ¿no ha llegado el momento de diseñar inteligentemente una respuesta amable, respetuosa y digna para resolver el problema del deseo de no existir que puede surgir en forma irremediable en algunos individuos?

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