Urge exigir transparencia sindical

¿Quién defiende los intereses de los trabajadores?

El sindicalismo en México ha tenido como objetivo principal controlar. Las llamadas conquistas sindicales son atribuciones que se logran a favor de las dirigencias sindicales, no a favor de lo que podríamos llamas la clase trabajadora en sí. Por desgracia, estas nimiedades se diluyen en el chisme político diario.


Los que sufren las consecuencias de esta forma corporativa de sindicalismo son los trabajadores que se supone serían la razón de ser de los sindicatos. Hoy está claro el asunto: los sindicatos se convirtieron en un negocio cuya finalidad inicial quedó escondida por debajo de las capas de la política. Son capas que se han ido formando progresivamente para esconder aquello en lo que los sindicatos y sus dirigentes se han convertido: en exitosos hombres y mujeres de negocios.

La nueva ley laboral era la gran oportunidad para revertir tamaño defecto histórico mexicano. Hemos podido los mexicanos observar abiertamente quiénes están en contra de los cambios que realmente hacen falta en el sindicalismo mexicano.

¿Quiénes están en contra? ¡Los ganadores de la contienda electoral del 1 de julio de 2012! Son los mismos que se opusieron sistemáticamente, durante décadas, a que las cosas cambiaran en el sindicalismo mexicano. Súbitamente, cuando a Calderón le quedan unos cuantos días en el poder ejecutivo, le dan permiso abierto para que comience el proceso de la reforma laboral. ¿Por qué ahora?

Los ganadores de la contienda de julio, esos que recibieron más votos que las otras minorías —aunque también son una minoría— saben a la perfección cómo funciona el pueblo mexicano: es de alma presidencialista. Quedará en la memoria —es lo que pretenden— de los que se convertirían en sus enemigos, que fue un acto presidencialista esa «terrible reforma laboral».

Nuestro sistema cultural —a nivel mundial, no solo en México— es injusto, es desequilibrado, genera grandes dosis de incertidumbre y de sufrimiento en la vida de la gente. Pero nosotros, como país, debemos tratar de ser competitivos con el resto del mundo. La ley laboral nueva nos hará un poco más competitivos. Al ser más competitivo el país tendrá más probabilidades de crecer; y al crecer, más mexicanos podrán vivir un poco mejor.

Claro que la nueva ley laboral es menos dadivosa con los trabajadores. Y es que en este asunto debemos tomar en cuenta a dos tipos de trabajadores: 1) los ya empleados, y 2) los potencialmente empleados. La ley tiene que ser cuidadosa en generar una situación que permita que el trabajador más competitivo y capaz, sea el que tenga más probabilidades de estar empleado. Esto puede sonar duro o cruel; el sistema en sí es cruel. Solo estamos buscando que, dentro de su crueldad sea, por lo menos justo. La nueva ley, en ese sentido, es más justa que la anterior.

Para la sociedad considerada desde el punto de vista global, las leyes justas son las que permiten que las cosas sean hechas por los que tienen más capacidad para realizarlas. Esto redunda en que quienes no están preparados, se den cuenta de que sin preparación, llevan las de perder en la competencia. Los sistemas crueles requieren gente competitiva. El resto del problema es generar una mística de respeto entre todos. ¿Cómo se puede lograr eso?

Si por lo menos la calidad de vida fuera semejante...

Hoy por hoy, es el PAN el partido político que, en solitario, está tratando de que la ley sea más justa, al impedir que los trabajadores sean explotados por sus dirigentes. El costo político posible sería solo entre los dirigentes sindicales; la realidad es que está obligado a impedir que se apruebe una ley que continuaría yendo en detrimento de los trabajadores. Pero, ¿solo el PAN está obligado? Luego entonces, ¡no todos son iguales! ¡Ah, ¿verdad?!

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