El sistema electoral mexicano sí funciona y muy bien

Las palabras democracia y voto van de la mano. Demos = pueblo, crateos = poder: el poder al pueblo. Los votos van a favor de alguien o de alguna postura política o técnica sobre algún tema. Los votos son productos de la suma de todos los ciudadanos que participan, con su voto para que se hagan las cosas según la mayoría o minoría mayor desea. Los votos, por lo tanto, son asunto clave en una democracia. Si los votos no son bien contados, entonces el resultado de una elección no es confiable. Se harán las cosas, pero no de acuerdo con lo que la mayoría o minoría mayor quería, sino de acuerdo con los resultados de un conteo mal hecho de los votos.

Contar bien los votos en un asunto de verdad delicado. Se cree que es algo fácil. No. No lo es. Se les entrena, en el sistema mexicano del INE a millones de personas para que entienda bien lo que significa contar los votos. Toman un curso mínimo que se retroalimenta con la participación de los que asisten el proceso en las casillas.

No es nada sencillo. Se requiere un gran presupuesto constante, porque, además, es necesario controlar que nadie vote más de una vez y que solo voten los que están registrados y con derecho para hacerlo. Vien el tema de la tinta que se coloca en el dedo de las personas cuando han ya votado. Así se trata de evitar que vayan y voten otra vez. Son 90 millones de credenciales de elector que tienen que estar al día, de total forma que siempre acudan a votar los que tienen derecho y no falte ninguno de los que tienen derecho en esa lista.

Se ha perfeccionado tanto el asunto de la credenciales de elector, que se han convertido en el método por excelencia, aceptado en todos lados, como identificación válida de los electores. Si otros países no hacen todo lo que se hace en México para garantizar que quien vota lo haga teniendo derecho y que nadie, con derecho, se quede sin votar, seguramente en algo han de estar fallando. En México, reconocido a nivel mundial, el sistema de votación totalmente manual ha permitido que se conozcan con agilidad los resultados de las elecciones en la misma noche del día en que se celebran.

Pero llegó un individuo arrastrando gente con sus palabras lentas, parsimoniosamente pronunciadas, convenciendo a quienes tienen la paciencia de escucharlo porque no tuvieron la capacidad de entender el lenguaje complejo en el que se dicen muchas cosas, muy rápido, con más apalabras, pronunciadas a mayor velocidad, como el caso de otros presidentes. Este individuo de parsimonia comunicativa, con pocas palabras muy separadas entre sí en el tiempo y muy escuetas en su significado, ha hecho creer a la gente en general que el sistema que tenemos es muy caro, lo cual es falso, por todo lo que comprende. En otros países, la cédula de identificación personal no es asunto del instituto electoral, sino del gobierno en general.

El individuo es incapaz de entender las cifras en el concepto de proporcionalidad: ¿cuántas veces puedo pagar el presupuesto del INE con las pérdidas de las inversiones mal hechas? No es caro lo que cuesta justamente lo necesario para cumplir con su cometido; sí es muy caro lo que cuesta mucho más de lo que debió haberse invertido y, a final de cuentas, no funciona. El INE ha demostrado funcionar eficientemente en cada ocasión. El discurso en otra del INE un profundo deseo de controlar las elecciones y sus resultados. El individuo sueña con regresar a México a esos tiempos antes del IFE, (hoy INE) CUANDO LAS ELECCIONES ERAN TEMA SECRETO Y EL RESULTADO DE LOS VOTOS EMITIDOS NO ERA CONTADO OBJETIVAMENTE, SINO DE ACUERDO A LOS DESEOS DEL GOBIERNO EN TURNO. La pregunta es muy sencilla: ¿por qué quiere regresar a esos tiempos? Junto, muy cerca de él, se encuentra un individuo de dudosa calidad moral, quien en sus entrañas lleva el deseo del regreso al sistema electoral dirigido por el gobierno en turno.

En esos tiempos los candidatos a puestos clave como los legisladores, eran señalados en listas que palomeaba el mismo presidente de la república. Era claro que no quería el mandatario en turno tener gente que discutiera sus ideas legisladoras y sus propuestas de nuevas leyes o modificaciones de las existentes. Nadie llega a esas cámaras sin haber sido palomeado por el mandamás, un cacique nacional que en aras del “nacionalismo mexicano”, se sentía con derecho a disponer libremente de todos los recursos de país.

Nada diferente es lo que este hoy quiere hacer. No hay cambio, sino regresión. Ese cambio que él ofreció fue un engaño porque en realidad lo que siempre tuvo en mente es regresar

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